He sido bueno, quiéreme


Gomez: Make no sound

Aunque alguna vez me habían hecho comentarios un poco parecidos, ayer me impactó lo que me dijo una cliente: "espero que no sea demasiado desagradable para usted darle masaje a alguien tan viejo y gordo como yo". La conversación era en alemán -esto no es casualidad- y no podría traducirles exactamente el matiz, pero no era una frase simplemente para que yo le dijera algo que le subiera la autoestima sino realmente una disculpa más formal porque de verdad se sentía mal. Cuando uno se relaciona con clientes en un hotel tiene que andar muy fino con la manera de tratarles (sobre todo cuando te pasas el día tocando gente desnuda), así que yo respondí eludiendo la cuestión y dando más bien la impresión de que soy un profesional que está ahí para hacer su trabajo lo mejor posible para su cliente y el resto del universo es como si no existiera.

Esto me recordó otro caso, el de un cliente habitual (venía de vacaciones dos o tres veces al año) que una vez estuvo dos temporadas sin venir. El tipo le caía bien a todo el mundo, y cuando volvió mis compañeros le dijeron que se habían extrañado de que no apareciera durante ese tiempo; el cliente -la primera era alemana y éste de Luxemburgo, tampoco es casualidad- no llegó a comentar la razón, pero como la relación que uno tiene con su masajista puede ser muy estrecha a mí sí me lo dijo aunque ni siquiera le pregunté. "Es que había ganado bastante peso y no me sentía bien conmigo mismo, ahora ya he vuelto más o menos a mi imagen normal así que me puedo dejar ver de nuevo".

Lo que tienen para mí en común estos dos casos es que las dos veces he pensado lo mismo: "¿qué le importa a alguien lo que puedan pensar de él los que trabajan en un hotel al que va de vacaciones?". Sus amigos, su familia, las personas de su entorno que puedan tener influencia en su vida... Eso es entendible. Pero ¿quién soy yo?

Y no crean que éstos son casos anormales: quizá sean más comunes en sociedades concretas (por eso resalté las nacionalidades de mis clientes, cosas así se ven mucho más en Centroeuropa que en países hispanos por ejemplo) pero hay ejemplos de todo tipo y por todas partes; recuerdo por ejemplo un estudio de hace ya tiempo, en el que se revelaba que un porcentaje muy alto de mujeres -no recuerdo el dato exacto, más de la mitad- en algún momento no había ido a la playa o piscina por no ponerse el bañador y que la vieran los demás al estar disconforme con su cuerpo. Es decir, el pensamiento de que los demás las fueran a "aprobar" o no había llegado a cambiar algo en algún momento de sus vidas.

Si haces algo malo, tú eres malo

Todo esto revela algo sobre el proceso que hace que las personas se integren en la sociedad en la que viven: para que alguien aprenda lo que se considera correcto y lo que no (sea en cuanto a imagen o sobre cualquier otra cosa), no sólo se le educa explicándole por qué un comportamiento "malo" va contra las reglas que nos permiten vivir en común. Además a esa persona se la censura personalmente, por lo que es ella misma. Se utiliza una herramienta de afecto, "si eres así, si muestras algo que no se acepta, si haces esto no sólo pensaré que tu acto es malo, sino pensaré mal de ti", para afianzar más esa lección que garantice el comportamiento que queremos que tenga. En sociedades en las que se hace énfasis en esto llegan a ser más típicos ejemplos como los de estos clientes míos, pero estoy seguro de que con sus variantes y particularidades esto pasa en todas partes.

Déjenme ponerles un ejemplo desde otro punto de vista: el de alguien que se salta las reglas y recibe su "castigo personal". Por razones que ahora no vienen al caso, yo jamás voy a actos sociales incluyendo bodas, reuniones familiares, funerales y demás. Esto me ha traído no sólo lógicas discrepancias de criterio -que también- sino muchas veces enfados de seres queridos hacia mí, hasta el punto de haber sufrido pérdidas muy dolorosas. Recuerdo una conversación con un ex-amigo: "si fueras mi jefe iría porque no tengo más remedio, pero yo con un amigo de verdad no hago nada por obligación". "No digas que es una obligación, no es cierto". "¿Cómo que no es una obligación? Si no voy te estás enfadando conmigo, eso es un castigo; como cuando en el colegio me pusieron un curso optativo y si no lo hacía me suspendían". Por supuesto no pudo seguir su razonamiento; estaba claro que si hago algo contra mi voluntad por la amenaza de una consecuencia negativa es que me están obligando. En fin, yo ya a estas alturas he perdido la poca capacidad de conexión social con los humanos que me quedaba, pero créanme que he pagado un precio muy alto por ser libre.

La herramienta del amor, entendido ampliamente para incluir todo tipo de conexiones afectivas, es tremendamente poderosa; y utilizarla para hacer que otra persona actúe como creemos que es correcto -incluso aunque sea así- es en mi opinión una brutalidad. La prueba está en que todos en distintos grados hacemos cosas en nuestras vidas que no queremos hacer, o renunciamos a otras, no ya por lo que los demás piensen de nosotros sino en el fondo por lo que los demás sientan hacia nosotros. Y si sólo se utilizara para garantizar que se cumplan las reglas necesarias para que la sociedad pueda funcionar -no agredir a los demás, por ejemplo, o violar la ley en general- pues aún sería discutible si este fin justifica los medios; pero cuando alguien elige una ropa en lugar de otra para que "encajar" en la situación o el acto al que va, cuando alguien se queda en casa en lugar de ir a la playa, cuando alguien tiene que hacer algo a escondidas aunque no haga daño a nadie sólo para que no le censuren, cuando alguien traga con cosas en su pareja (incluyendo hasta casarse) que no tragaría si no fuera por la presión de perder el cariño de la otra persona o su familia... Hay miles de ejemplos que van desde lo más nimio hasta lo más grave: cuando una persona cambia algo en su vida y sigue un camino que realmente no quiere seguir por miedo a la censura o al castigo afectivo de otras personas, sin que haya una razón de fuerza mayor que justifique esta violación del derecho a su libertad, es que el sistema es injusto. Y cuando alguien no se pliega, toma sus decisiones y recibe un castigo por ejercer su derecho, creo que las personas que se lo hacen son las que actúan de forma incorrecta.

Nuestro propio sistema nos atrapa

Todos somos víctimas y verdugos en este sistema. Hoy cancelo el masaje que tenía muchas ganas de darme porque no me he depilado y me da "vergüenza" -no se me ocurre un invento humano peor que este concepto-, mañana me molesto porque a mi amigo no le apetece acompañarme de compras; estos días hago dieta porque he ganado unos kilitos y este fin de semana tengo ese acto social donde me van a mirar, y el fin de semana soy yo quien mira y piensa si a aquél le están sentando mal los años. Sean pequeñeces cotidianas o grandes conflictos, estamos participando en un sistema que mina nuestra libertad presionándonos y limitando nuestras posibilidades de ser felices.

Pero ¿qué podemos hacer? ¿Se puede luchar contra algo tan grande? Aparte de lo que uno piense ¿podemos cambiar la sociedad si "las cosas son así"?

Es una pregunta para la que no tengo respuesta. Pero quizá, aunque individualmente cada uno de nosotros no tenga la responsabilidad de mejorar el mundo, sí podemos reflexionar sobre qué cosas realmente queremos y cuáles no, si realmente vale la pena pagar el precio de renunciar a nuestra libertad a cambio del precio de la aprobación de otros, y sobre todo cómo tratamos a los demás para hacerles sentir que ellos también son esclavos.

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