Dinah Washington: What a difference a day makes
De algún tema relacionado hemos hablado ya alguna vez en Mandelrot, pero el otro día me pasó algo que me lo ha recordado y he pensado en comentarlo de nuevo con ustedes. Después de bastantes años de tener contacto solo por algún email ocasional, hace poco coincidí online con una amiga muy querida para mí con la que estuve chateando un breve ratito. Ella tiene unas cualidades personales realmente excepcionales (empezando por su intelecto privilegiado) y siempre nuestras conversaciones a distancia resultan súper enriquecedoras para mí, pero además como hacía tanto tiempo que no teníamos la oportunidad de charlar "en vivo" fue un rato muy cariñoso en el que los dos nos demostramos lo alegres que estábamos de coincidir aunque solo fueran unos minutos.
Esto me recordó el ejemplo de una historia que me contó una vez un viejo amigo, de una novia que tenía que le estaba arruinando: ella era rica (él no pasaba apuros pero nada más) y estaba acostumbrada a ir a sitios carísimos... Y a que el hombre es el que paga. No era una cuestión de dinero, ella también le hacía regalos muy valiosos; pero el caso es que mi amigo me dijo una frase que siempre se me quedó grabada: "¿qué más da que sea rica si yo pago la cena?".
Pues después de chatear con esta amiga me quedó una grandísima sensación de felicidad. No era ya que realmente es una mujer "top" con la que vale la pena relacionarse; he pateado otros culos que también eran muy finos, si me permiten la expresión. Independientemente de sus cualidades, esa energía tan positiva de reencontrarse con un viejo amigo y de ver que el otro se alegra tanto como tú es genial. A eso concretamente me refiero: a cuando hay un feedback perfecto y ves que lo mismo que tú das te lo dan también, que el otro te tiene el mismo cariño que tú le tienes a él y que ahí hay algo bueno que no se ha perdido con los años y que probablemente siempre se conservará. Esto te lo puede dar cualquiera, listo o tonto, guapo o feo, rico o pobre... Hasta tu perro te puede hacer sentir así. No tiene que ver con las capacidades personales, sino con lo que la otra persona nos ofrece.
El último ejemplo que me permite "pulir" la idea: el de una persona que se sentía impresionada porque yo hablaba varios idiomas. "¿Qué más da cuántos idiomas hable? Contigo hablo en español". A veces nos dejamos cegar por cualidades que en realidad no nos aportan nada, y consideramos a alguien "una persona valiosa" por razones que en realidad a nosotros no nos afectan. Cuando decimos valioso, ¿valioso para quién? Si habla muchos idiomas será valioso para su jefe, si es que los idiomas le hacen falta para trabajar; si tiene determinadas habilidades le harán valioso para quien se beneficie de ellas... Pero hablar de "una persona valiosa" como concepto práctico en mi opinión es no decir nada. ¿En qué me beneficia a mí que sea como es?
El ejercicio que les voy a proponer (yo lo hago constantemente) es aplicar todo esto a su vida cotidiana; todos lo hacemos inconscientemente, pero verán que cuando uno se pone a pensar en ello descubre cosas en las que no había reparado. ¿Quién es valioso para cada uno de ustedes y por qué? Lo primero que tienen que saber es cuáles son sus prioridades y qué cosas les resultan fundamentales. ¿Son ustedes personas muy familiares? Automáticamente eso convierte a sus parientes en personas valiosas que hay que esforzarse por conservar cerca. ¿Necesitan dar y recibir mucho cariño? Pues quienes se lo den serán más importantes. Y por el contrario, si están ustedes valorando a alguien cercano por cualidades que en el fondo a ustedes no les suponen una diferencia en sus vidas ("habla x idiomas, es muy inteligente", "es alguien muy importante", etc) quizá al reflexionar sobre ello decidan que se están sobreesforzando para lo que les aportan o incluso que el "saldo" sale negativo y que lo mejor para ustedes es sacarlo de sus vidas. Cada uno llegará a sus propias conclusiones; a mí el ejercicio me ha funcionado muchas veces, y gracias a él he hecho cambios que a veces han sido bastante importantes. No solo no me he arrepentido sino que a la larga siempre he acabado alegrándome de aclararme las ideas y actuar en consecuencia.
Además, y con esto termino, un efecto secundario de esta reflexión es aprender a valorar lo que realmente cuenta para nosotros; recuerdo ahora el caso de personas que he conocido que después de una situación especial (una enfermedad, un gran trauma) dicen cosas como "ahora he aprendido a dar importancia a lo que realmente la tiene". No esperen a que les ocurra algo así: conózcanse mejor, aprecien lo que tienen y descárguense del peso vacío, y disfruten aún más de pequeñas cosas como puede ser por ejemplo una breve conversación con un viejo amigo.