Cartas a Vanessa 4: el dinero no lo es todo

(Ver la serie completa)

Pink Floyd: Money

Hace unos años, siendo más joven, tuve una corta época en que como tenía mucho éxito en mi profesión de masajista ganaba mucho dinero; pero no era porque sí, sino porque trabajaba como una bestia (tenía un puesto a jornada completa, otro a tiempo parcial llenando días libres y vacaciones, y además clientes privados por las mañanas y por las noches). Realmente no necesitaba todo aquello, podía vivir perfectamente con solo una fracción de cualquiera de mis actividades o incluso prescindiendo de contratos fijos y solo con algunos clientes escogidos para un par de horas diarias; pero como el trabajo a jornada completa estaba muy bien pagado -el doble que mis compañeros de profesión-, el de jornada partida era un chollazo -trabajaba un 40% y me pagaban el 100% de un sueldo que ya era bueno- y encima les cobraba muy caro a mis clientes, pues casi me parecía un crimen tirar el dinero rechazando cualquiera de estas ocupaciones. Resultado de todo aquello: todo el mundo me preguntaba si estaba enfermo, no tenía vida, mi dinero era para los demás porque yo iba del trabajo a dormir, y al tiempo acabé reventando. Cuando finalmente dejé mi profesión no quería volver a ponerle las manos encima a nadie en el resto de mi vida. Por cierto, el último trabajo que tuve antes de ese abandono fue El Mejor Trabajo Del Mundo para un masajista; si para entonces no hubiera estado tan quemado lo habría disfrutado muchísimo y probablemente me habría quedado allí para toda la vida dando las gracias, pero venía tan castigado de atrás que lo que hice fue cumplir mis compromisos como buen profesional y a partir de ahí dejarlo todo sin más.

Hay una frase muy buena que dice "si crees que tu profesor de matemáticas es un cabrón, espera a tener un jefe; si crees que tu jefe es un cabrón, espera a tener clientes". El que la escribió sabe lo que es trabajar como autónomo de cara al público, y el que no haya hecho esto no tiene ni idea de hasta qué punto es así... Yo llevaba un año muy feliz sin querer ni siquiera oír hablar de la palabra "cliente" cuando hace un par de meses me llamó un antiguo compañero mío para ofrecerme trabajar donde estoy ahora; al principio fue como si sonaran las sirenas de aviso de bombardeo, yo lo rechacé todo de plano, pero me convenció entre otras cosas diciéndome que el ambiente de trabajo era fantástico, los clientes tenían sus cosas como en todas partes pero era gente más normal que donde habíamos estado antes, y además tendría absoluta flexibilidad de horarios. Después de algunas conversaciones me dije "en fin, a lo mejor después de este año de tranquilidad me puedo tomar la cosa mejor" y finalmente acepté. Llevo ahora dos meses allí, y para resumirles mis sensaciones en una frase les diré esto: he vuelto a disfrutar de mi profesión.

Como ahora soy autónomo dependo de que venga gente a darse masaje o no, y este verano la crisis en España está siendo absolutamente devastadora; en todas partes la gente recorta todo lo que no sea imprescindible, y si antes se iban de vacaciones y de paso se gastaban una pasta en el spa ahora cogen un "todo incluído" con lo mínimo y solo vienen a nuestro centro wellness a preguntar si hay algo que puedan hacer gratis. Si nuestras previsiones se cumplen a partir de ahora y por bastantes años la temporada de invierno -turistas extranjeros- será la que nos sostenga para sobrevivir a la del verano con los nacionales; lo normal es que salgamos adelante pero sin lujos, de hecho por el momento he paralizado varias ideas de compras que tenía previstas, y los gatos que pensaba adoptar van a tener que seguir en la protectora de animales un tiempo más.

Cuando mi antigua jefa se enteró de que estaba de nuevo en el mercado tardó medio segundo en ofrecerme volver a trabajar con ellos. La empresa paga extraordinariamente bien y podría elegir los horarios que quisiera para adaptarlos al tiempo que me sobrara de donde estoy ahora, no tendría que estar haciendo cuentas para comprarme nada o para adoptar cuarenta gatos si me diera la gana, la crisis me daría igual y mi nivel material aumentaría mucho. Pero...

He aprendido de mis errores pasados: el dinero no lo es todo. Si tengo que esperar y ahorrar para comprarme esto o aquello pues esperaré; y si me quedo sin gatos cuidaré a los que andan por ahí de los vecinos. He establecido unos mínimos razonables de nivel de vida a los que no quiero renunciar -por ejemplo, dentro de unas semanas me mudaré a un pequeño bungalow muy cerca del trabajo para poder ir dando un paseo cada día- y, salvo catástrofe que me obligue a replantearme mis opciones profesionales, sobreviviré donde ahora estoy disfrutando de una profesión que de nuevo me encanta, mi tiempo libre volverá a ser mío y mi calidad de vida será la óptima dadas las circunstancias.

Mi consejo de hoy para Vanessa es que no espere a quemarse solo por dinero, o por poder comprarse la última prenda de moda o el último gadget tecnológico: lo más inteligente es definir qué es lo realmente importante para cada uno, qué cosas son las que nos hacen realmente felices y por cuáles sí vale la pena un cierto nivel de sacrificio, y a partir de ahí valorar si cada uno de los lujos nos da más de lo que nos cuesta o realmente no merece la pena. ¿Que es algo que realmente queremos, algo que va a suponer una mejora en nuestra calidad de vida o un aumento de felicidad? ¿Que el trabajo que tendremos que invertir será compensado por ese lujo? Pues adelante. Pero no siempre es así, y -por dolorosa experiencia- está bien pararse a pensar en qué vida es la que queremos vivir.