Cómo aprendí a decidir sin miedo

Hay un capítulo de Star Trek: La Nueva Generación en el que una miembro de la tripulación se está examinando para sacarse el título de capitán de nave estelar. Una de las pruebas que se le presenta es una simulación de emergencia muy grave, y ella tiene que tomar las decisiones adecuadas para superar la situación: una y otra vez no supera el examen, siempre (en la simulación) la nave acaba explotando y matándolos a todos lo que quiere decir que sus órdenes no son las correctas. Ella no sabe qué está haciendo mal, hasta que al final lo comprende y se da cuenta de que la clave está en tiene que mandar que sellen una zona concreta, cosa que nunca había querido hacer porque eso implicaba la muerte de una parte de la tripulación a su cargo. En realidad el examen no era para saber cómo resolver técnicamente un problema, sino para evaluar si el aspirante a capitán será capaz de tomar decisiones muy difíciles, pero también necesarias, cuando llegue el momento.

Esto enlaza con que hace algunos años yo tuve la experiencia de participar en las reuniones semanales del consejo directivo de la empresa en la que trabajaba; aprendí muchísimo de todo aquello, no solo de cómo se dirige una organización sino también lecciones personales que aplico ahora todos los días en mi vida cotidiana. Si tuviera que destacar algo de entre todo aquello que me quedó elegiría lo que es decidir asumiendo consecuencias negativas: era muy frecuente que alguien planteaba alguna situación que requería tomar medidas, se comentaban las posibles soluciones incluyendo los inconvenientes (a veces muy grandes) de cada una, y se decidía teniendo claro que habría efectos negativos también que había que aceptar. Recuerdo un día en que, comentándolo con el director, le dije: "aquí es que parece que hagas lo que hagas siempre hay algo malo, nunca te vas a casa tranquilo del todo", y me contestó :"es que eso es saber dirigir una empresa y te tienes que acostumbrar. Las decisiones fáciles que solo tienen efectos positivos las toma cualquiera". Y tenía razón.

Ese "entrenamiento" que tuve durante dos años me sirvió para evolucionar mucho, y yo mismo he notado más de una vez cómo desde entonces me tiembla menos el pulso cuando tengo que hacer algo que implica riesgo o sé que va a traerme también consecuencias duras. Es como si ya diera por hecho que las cosas son así, que en todas tus elecciones siempre hay un "coste de oportunidad" (si abres la puerta A pierdes lo que hay detrás de la B y viceversa) y que retrasar más de lo necesario un asunto dándole vueltas, lamentarse o plañir, no sirve para nada más que para constatar que te falta capacidad de mando sobre tu propia vida.

Todo esto viene porque ayer mismo estuve hablando con una amiga y en un momento de la conversación comentamos un error que yo cometí cuando era joven: tenía entonces una relación que ya sabía que no duraría para siempre, pero no me atrevía a romper y al final, cuando por fin lo hice, mi pareja me echó en cara (con razón) que le hubiera hecho perder tres años en los que hubiera podido aparecer alguien que sí fuera para ella. Por aquel entonces esto me pasó más de una vez y no solo con relaciones amorosas, y al pensar en ello después de hablar con mi amiga ahora repaso mi pasado más reciente (en todas las facetas de mi vida) y veo lo mucho que he aprendido: supongo que en cualquier momento puedo equivocarme de nuevo en este sentido, pero en general en situaciones equivalentes estas cosas ya no me pasan. Meter la pata mil veces, a veces hacer mucho daño a mucha gente, vivir experiencias como por ejemplo esos dos años en contacto con el mundo de la dirección de empresa, y sobre todo ir siempre con los ojos abiertos y mucha autocrítica me ha servido para aprender y madurar.

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