Cuenta una leyenda urbana que el gurú de la publicidad David Ogilvy de camino al trabajo se topaba a diario con un hombre que pedía en la calle. A su lado, un cartel que decía "Soy ciego". Ogilvy observaba cómo todos ignoraban al pedigüeño, así que un día cogió un rotulador, se acercó al cartel y amplió el texto con un bello "Es primavera, y soy ciego."
La poesía del contundente reclamo dió sus frutos e inmediatamente Ogilvy contempló cómo desde aquel día el vaso del ciego rebosó de dinero.
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