El fin de las vacaciones

Empiezo con una buena noticia para los lectores fieles de Mandelrot que han esperado a mi regreso a la vida online, que se debe a una noticia en principio no tan buena para mí. Ayer por la tarde mismo me han avisado de que se han dado sucesos que me afectan personalmente y que (otra vez) me van a obligar a cambiar de vida de golpe, hace un rato he terminado de empaquetar la primera tanda de mis cosas para el nuevo traslado y mañana a primera hora estaré embarcando de nuevo para Gran Canaria. No sé cuánto tiempo tendré que quedarme allí porque dependerá de cómo vayan las cosas, pero desde luego ya me puedo ir despidiendo al menos a corto plazo de mi proyecto de futuro en Lanzarote...

Así que no tengo más remedio que empezar de nuevo de cero. Tengo que decidir qué hacer con el trabajo: me gustaría aprovechar el cambio para comenzar en algo distinto a lo que he hecho hasta ahora (así que si alguno de ustedes que sabe que necesitan en su empresa a alguien de mis características personales avíseme y le agradeceré el chivatazo); pero vamos, afortunadamente no tengo urgencias y sí otros asuntos más serios de los que ocuparme. Espero estar completamente instalado de aquí a un par de semanas, no quiero comprometerme pero si no pasa nada más creo que en breve volveré a tener tiempo que dedicar al blog.

Pero la noticia no es más que la introducción a lo que verdaderamente me ha llamado la atención de todo esto y que es lo que quería contarles. Me refiero a mí mismo: vale que todavía no he tenido apenas tiempo de sentarme a pensarlo, pero a pesar de que se me ha chafado de un día para otro todo un plan de vida y de que tengo que abandonar un sitio que me gusta tanto como Lanzarote, me voy sin el más mínimo rastro de pena o lamentando lo que pierdo. Esta mañana estaba conduciendo por el paisaje absolutamente maravilloso de la tierra negra entre volcanes y pensaba en la preciosidad que era aquello, y me sorprendió descubrir que en el fondo me daba igual no verlo más. Como tenía un rato de carretera estuve dándole vueltas a la cosa y me di cuenta de que he llegado a un punto en mi vida en el que he conseguido el desapego absoluto con respecto a todo y a todos: soy capaz de disfrutar de las cosas que tengo a mi alrededor y de ser feliz con las personas a las que quiero, pero si en algún momento tengo que prescindir de cualquiera de ellas puedo hacerlo sin pestañear. Es decir, puedo tener la parte positiva de la vida sin la negativa de pagar un precio cuando me falte lo que sea. Me está pasando como a Kyro: El Viajero es la historia de un hombre que llega a ser libre a base de haberlo perdido todo, parece que el protagonista y yo tenemos eso en común.

Después lo estuve comentando con un amigo mío que es budista porque uno de los pilares del budismo es el desapego (aferrarse a lo que tenemos nos ancla y nos impide progresar), y le decía que sin necesidad de filosofías, religiones ni de seguir enseñanzas de nadie he llegado a la misma conclusión que comparte él por sus creencias. Probablemente si me pongo a escarbar habrá cosas de las que aún sí dependo (mi salud o mi vida) y tampoco es que tenga ningún objetivo espiritual o que piense raparme la cabeza y dedicarme a la meditación, pero vamos: gracias a lo que me está pasando he hecho un descubrimiento que para mí es súper positivo y aunque otro podría tomarse las cosas a mal de hecho yo estoy de buen humor simplemente esperando a mañana por la mañana para embarcar y empezar la nueva etapa de mi viaje sin mirar atrás.

Por cierto: en cuanto ponga los pies en Gran Canaria me voy directo a apuntarme en la escuela de dibujo antes de que me pase la siguiente y me tenga que ir...