Estaba whatsappeando hoy mismo con un colega y de rebote me acordé de una cosa muy feliz que quiero compartir con ustedes. En realidad esto es parte de un post mucho mayor que tengo en la chistera desde hace meses (por qué en los ámbitos relativos a ciencia y tecnología la calidad de pensamiento es más alta que en los humanísticos), pero como eso ya será un ladrillo y no tengo tiempo para eso de momento nos conformamos con lo de hoy.
Desde que empecé con los estudios estoy sufriendo bastante en términos de desgaste personal, pero sin lugar a dudas estoy en la etapa más feliz de mi vida. Es cierto que cuando era un estudiante adolescente lo pasé también muy bien, pero con una salvedad: para que yo me lo pasara tan bien mi madre tenía que mantenerme trabajando, así que parte de esa felicidad no era mía sino de otra persona que tenía que sacrificar parte de la suya para cedérmela a mí. La ventaja de ser adulto es que nadie más que tú es responsable de tu vida, así que lo que tengo bueno o malo es mío al 100%.
En este curso he encontrado con enorme sorpresa una mentalidad "científica" que no tiene nada que ver con lo que conocía hasta ahora. El objetivo es mejorar, conseguir los mejores resultados, lograr que el producto que intentamos conseguir sea lo más parecido al óptimo; no importa corregirse o cambiar de opinión las veces que haga falta cuando hay un argumento que te hace pasarte de repente al bando contrario y seguir el debate desde el otro lado, no hay egos, nadie es autoridad sobre nadie ni se hacen citas o menciones a cosas que no sean los hechos, solo importa el interés "científico" que en este caso es técnico. Constantemente se forman discusiones sobre cualquier cosa, el profesor muchas veces se encuentra con que alguien (o todos) le decimos que no estamos de acuerdo... Es genial.
Últimamente he disfrutado de momentos maravillosos que me están haciendo sentir que este mundo vale la pena, pero este que les voy a contar es especial. Resulta que estábamos discutiendo un profesor y yo sobre cómo programar un mensaje de error en una web (cuando pasaba algo incorrecto aparecía el mensajito). Teníamos el mensaje oculto hasta que se daba la circunstancia que disparaba el cambio de estado de la ventana (pasaba de "oculta" a "visible"), él defendía con sus argumentos que lo "mejor" era lanzar una orden de tipo "hazte visible" y yo defendía con los míos que eso era ilógico: si creamos el mensaje con el atributo "invisible", en lugar de darle una orden para que actúe en contra de su naturaleza lo "mejor" sería que la orden fuera para cambiar su atributo. Así no tendríamos una cosa "invisible" obligada a actuar como "visible", sino una cosa que se convertía en visible y (ahora sí) se podía ver pero porque su propia naturaleza era así.
Estábamos los dos enfrascados en la pelea cuando intervino uno de mis compañeros. Su argumento fue: "pero es que ese mensaje de error no debería existir hasta que el error no se produjera. Lo que deberíamos programar de manera óptima en cuanto a la semántica no es que ya tengamos el mensaje ahí preparado y cuando se produzca un error se muestre o se oculte; deberíamos programar al propio sistema para que, cuando se produzca un error y sea necesario lanzar un mensaje, cree por sí mismo instantáneamente el mensaje de la nada y lo vuelva a destruir cuando el mensaje deje de ser necesario".
Booom. Me convenció instantáneamente, su solución era la más lógica y para mí estaba claro. El profesor -que otras veces no tiene problema en cambiar de idea cuando alguien le convence- en este caso argumentó aunque eso era teóricamente cierto lo otro era más fácil de programar y que lo más importante en la práctica era el resultado rápido, y la discusión siguió pero ya en términos solo de conveniencia práctica y además conmigo de golpe en el bando del recién llegado.
Al final no llegamos al acuerdo unánime, pero los tres aprendimos de la discusión y yo después les di las gracias a los dos porque me acababan de regalar un momento maravilloso (se quedaron como diciendo "ya está este otra vez con sus cosas raras"). La sensación de ser convencido de algo es deliciosa, porque sientes que ahora estás un nivel por encima de donde estabas antes... Cuando tienes unas ideas y las enfrentas a otras, y ves que las otras son mejores y te pasas a ellas ¡las ideas que tienes ahora han mejorado en calidad! Eso es lo que me gusta del pensamiento científico: cada batalla intelectual en el peor de los casos la ganas y te reafirmas donde estabas (pero lo que eres capaz de crear es lo mismo que antes) y en el mejor la pierdes y el producto de tu trabajo (basado en tus nuevas ideas) será mejor de lo que era. ¡Me encanta ser de ciencias!