Invirtiendo en futuro


Para nuestros lectores extranjeros, este sueldo en España puede ser más o menos lo que gana un camarero que trabaje los fines de semana. En esta oferta se exige, aparte de la titulación (ingeniería o diploma técnico superior), experiencia, idiomas y conocimientos específicos en determinadas materias, disponibilidad para pasarse al menos la mitad del tiempo viajando por el extranjero. Y por cierto que (en el momento de escribir estas palabras) hay 81 aspirantes inscritos para el puesto. La oferta en cuestión se ha hecho viral en España y ha levantado enormes críticas socialistas: hay que prohibir estas prácticas, los empresarios son demonios explotadores, etc.

La semana pasada hablaba con una pareja de jóvenes canadienses que me contaban que en su zona hay una necesidad tremenda de desarrolladores de software (lo que estoy estudiando yo) y, como no tienen suficientes, están importando extranjeros como locos y pagan sueldazos. Me pusieron dos ejemplos cercanos que me dejaron asombrado (si no fuera por los 30 grados bajo cero del invierno ya estaría echando solicitud por allí), y efectivamente por lo que he estado husmeando la cosa es así. ¿Se podría decir entonces que los desarrolladores que se aprovechan de las circunstancias para pedir sueldos desproporcionadamente altos son unos explotadores parásitos? Evidentemente no. El precio de las cosas las marca el mercado, y el mercado no es un grupo de señores conspirando en un castillo transilvano en una cumbre tormentosa sino un montón de empresas y profesionales que están por todas partes en todo el mundo y que intentan ganar dinero trabajando y haciendo negocios: si hay mucha demanda de desarrolladores y poca oferta para cubrirla el precio del trabajo de desarrollador será muy alto, y si hay demasiada oferta de ingenieros para la poca demanda que hay (España es un país muchísimo más turístico que industrial) pues lógicamente el precio del trabajo de ingeniero estará por los suelos.

Ahora bien, hay una diferencia fundamental entre el caso de Canadá y el de España. Me contaban los canadienses que su problema de falta de desarrolladores se debe a que los jóvenes ya no se sienten atraídos por estas carreras (hace 10 años hubo un boom pero ahora todo el mundo tira por otras cosas con las que se puede ganar dinero sin matarse tanto a estudiar); es decir, la gente libremente hace lo que quiere, y la gente libremente ha decidido que no quiere meterse a estudiar desarrollo. En España el problema no es de lo que quiere hacer la gente, sino de que hay unos señores muy importantes en un despacho pisando moqueta que han decidido que está bien quitarnos por la fuerza a los ciudadanos una parte de nuestro dinero para construir muchísimas más universidades de las que necesitamos, dar muchísimos más títulos de los que la sociedad demanda, y así empobrecer a los titulados condenándolos a sueldos de miseria o bien a emigrar hacia países (normalmente más ricos) donde sí haya demanda que haga posible salarios decentes. O sea, encima estamos pagando una pasta para producir titulados para después regalárselos a Alemania cuando se vayan para allá a producir riqueza que hemos financiado nosotros por la cara.

La imagen de los tipos en su despacho pisando moqueta y decidiendo cuánto nos roban para invertirlo (mal) en lo que ellos quieren sí se parece más a la del castillo transilvano, con la diferencia de que en lugar de beber sangre de murciélago estos se ponen ciegos a langosta y champán que también pagamos nosotros. El taxista que se pasa 14 horas diarias en su taxi o el panadero que se levanta a las 4 para sacar adelante a su negocio no ya es que estén obligados por la violencia estatal a regalarles los estudios al arquitecto (que luego no le va a hacer descuento cuando firme los planos de su casa) o al abogado (que tampoco le va a hacer descuento en la minuta); es que encima ¡están pagando para que los países más ricos que nosotros se lleven a nuestros mejores profesionales!

La respuesta lógica sería exigir que les quitemos a los del despacho y el champán la capacidad de robarnos para luego desperdiciar nuestro dinero, eliminar la injusticia de que los trabajadores rasos tengan que pagarles los estudios a las élites universitarias, y dejar de una vez de regalarles a los países importadores de talento a nuestros mejores activos profesionales para hacerles a ellos más ricos y a nosotros más pobres. Pero no, aquí lo que se pide es que se prohiba que la gente sea libre de ofrecer los trabajos que quiera con las condiciones que quiera: más intervención en nuestras vidas de los tipos del champán, que son los que saben lo que nos conviene. ¡Sosialihmo o muette!