Utopía (3): el dinero es el poder

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(Foto de Natasha Hall en Unsplash)


La clave de que este sistema pueda funcionar, la clave para que sean los ciudadanos y no los políticos oligopolistas quienes tengan el poder, es de lo que vamos a hablar en este post. ¿Quién tiene el control del dinero?

En los Estados que vemos habitualmente los ciudadanos votan (donde votan) cada varios años, y después no pintan nada. Por eso los políticos no tienen más remedio que hacer cosas en campaña electoral que ni de broma harán en cualquier otro momento: una vez el consumidor ha soltado su voto no hay nada más que tenga de interesante.

En nuestro sistema confederal atómico queremos que sea el ciudadano quien tenga el poder para que a los tipos del despacho no les quede más remedio que trabajar para ellos, pero ¿cómo lo hacemos? Aparte del voto ¿qué más podría tener una persona del común que quisiera conseguir y mantener un dirigente, y que le podría doler si lo pierde?

El tercer criterio que nos quedó en el post anterior es este: el dinero que llega a las provincias depende única y exclusivamente de dónde esté empadronado el ciudadano. Esto incluye tanto el dinero de los impuestos que este paga, como el dinero que llegue al Estado confederal por cualquier otra razón (acuerdos o ayudas multinacionales) y haya que repartir, como cualquier otra vía. No hay reparto por territorios, no hay solidaridad entre provincias… Si un ciudadano se va de una circunscripción a la circunscripción de al lado, con él se lleva tanto los impuestos que paga como hasta el último céntimo de lo que le llegaba a su antiguo Gobierno local por él.

Así que tú (gobernante local) puedes hacer lo que quieras en tu provincia; pero si los ciudadanos se te van tu Gobierno perderá dinero (y tus votantes verán que los recursos vuelan), y si estás en una provincia pobre y quieres más ingresos ya sabes lo que tendrás que hacer. Con esto, los ciudadanos pasan de ser unos tipos que ponen un papelito en una urna cada cuatro años a convertirse en pájaros que solo te dan si consigues que se mantengan posados en tu tejado.

Y esto lleva a otra consecuencia tremenda: tanto los políticos como los votantes de repente se hacen responsables de sus actos. Si la fastidias nadie te va a ayudar, si tu provincia quiebra las otras no la van a rescatar, si votas a dirigentes irresponsables lo vas a pagar. Nadie te va a decir cómo hacer las cosas, pero tu fortuna o tu desgracia van a depender solo de ti.

No es lo mismo vivir en un país pobre con políticos incompetentes y corruptos y ver que hay gente que emigra muy lejos (a otros países o incluso continentes, con un alto coste que a ti te resulta difícil de superar) y que te lleguen noticias o rumores de que les va muy bien, que encontrarte en la cola del cine con tu primo y tu antigua vecina que el año pasado se mudaron a 30 kilómetros en la provincia de al lado, y ahora viven mucho mejor que tú. No son lo mismo las historias abstractas que te cuentan, que llevarte todos los días tú mismo un bofetón de realidad. Y no es que en otras culturas haya gente diferente que hace las cosas diferentes: es gente como tú, que conoces y que te encuentras todos los días, y que simplemente toma decisiones que funcionan. Después de hablar con tu primo y con la vecina empezarás a pensar en irte tú, o en que a lo mejor no te hace falta irte sino votar a otro en las próximas elecciones porque aquí también pueden hacer lo mismo que han hecho los que están al otro lado de la raya.


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